Pérez-Llorca en el supermercado

noticia /     asedas, José Pedro Pérez-Llorca,


Como siempre, José Pedro se nos ha adelantado. Resulta casi imposible llegar antes que él a una cita. Nunca hace esperar a nadie, si está en su mano evitarlo.  También esta vez nos está esperando él a nosotros.

Lleva más de diez minutos paseando, pausadamente, frente a la puerta del supermercado. Al caminar, se inclina ligeramente hacia delante y observa con ojos vivos a los clientes que, a esta hora, comienzan a entrar en la tienda.  Aunque no hace mucho frío, lleva su abrigo gris abotonado hasta el cuello y un sombrero de fieltro que, sobre su cabeza, resulta totalmente contemporáneo. Al vernos, espera paciente y sonriendo hasta que llegamos a su altura y nos saluda con la discreta elegancia que tienen todos sus gestos. Nos ofrece su mano cálida, ligeramente baja y se inclina aún un poco más. “¿Cómo está la membresía?”, pregunta con voz alegre. Luego cambia el tono por uno de preocupación y su mirada se pierde entre los coches que pasan, mientras pregunta “y ¿qué dice …  de lo último de Cataluña?”. Su  mirada regresa pronto, confiada, para recordar a un socio que hoy no puede acompañarnos. “Que bien estuvo … en la última Junta Directiva; qué inteligente es”.

Comenzamos la visita. Nada más traspasar el umbral de la puerta del súper, ya con el sombrero en la mano izquierda, saluda sin prisa a cada integrante del pequeño grupo que le espera y hace que los que acaba de conocer se sientan especialmente atendidos. Entre los más cercanos tiene, como siembre, una cortesía con las señoras -a una le dice, en voz muy baja, que está aún más guapa desde que es madre-. Al empresario amigo, que admira a José Pedro desde hace años, le recuerda con cariño la última tarde que asistieron juntos a un partido de baloncesto. A otro, amigo más reciente e interesado por la cultura, le pregunta si ha recibido el ejemplar de El Paraíso de la Damas, de Zola, que le envió hace poco.  “¿A que sorprende por su actualidad?”.

“Vamos a lo de los plásticos”, dice, abriendo el debate. Y escucha, entre preocupado y divertido, el discurso cada uno hemos traído preparado para convencernos a nosotros mismos de que somos capaces de combinar a la perfección las necesidades del sector con el interés general del planeta y de los ciudadanos del mundo.  “Todo esto está muy bien -nos baja a la tierra- pero, por lo que yo la conozco, esta ministra, que es muy simpática, es también un poco cabezota y no se dejará convencer fácilmente de que su idea, tan original, no es la mejor solución de las posibles”.  Tras algunos minutos más, para ejercitar su paciencia, concluye: “Antes de que sigáis repitiendo los mismo argumentos, de una forma -eso sí- cada vez más brillante, yo os sugiero que le demos al equipo directivo el siguiente encargo:…”

De nuevo en la puerta, pregunta por el consumo. “Se ve movimiento. Contarme lo que de verdad está pasando. Así puedo presumir en el despacho de ser el único que sabe cómo va la economía real”.

Y, antes de despedirse, se gira hacia nosotros. “Mañana, entonces, ¿a qué hora vemos a ese señor francés?”. Le concretamos la cita y le pedimos que no olvide ponerse la Legión de Honor. “Descuida. Me podré la Rosette. Yo, siempre a vuestras órdenes. Me voy a buscar a Carmen. Mañana llegaré sobre las diez y media”.

Le acompañamos al coche sabiendo que nos miente. Llegará, como siempre, antes de tiempo. Y nos estará esperando. Y conseguirá, un día más, con su prodigiosa capacidad de ponerse a la altura de su interlocutor que, por un momento, creamos que nos parecemos en algo a José Pedro Pérez-Llorca. Que, por tenerlo cerca, podemos compartir por un instante su estatura de gigante. En eso no logra engañarnos. Pero nos basta con poder admirarle. Como siempre. Para siempre.

Ignacio García Margarzo, director general de ASEDAS.

Publicado en El Confidencial.