El desperdicio alimentario desde una visión económica, medioambiental y social

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El desperdicio alimentario es un problema económico, medioambiental y social que viven las sociedades de nuestro entorno. Los datos del EU-funded FUSIONS Project muestran que el 53% del desperdicio se produce en los hogares, el 12% en la restauración, el 11% en la producción de alimentos y el 5% en la distribución. Ser el eslabón de cadena que mejor controla el desperdicio alimentario no significa que debamos pensar y actuar en solitario. Muy al contrario, solo una acción combinada a lo largo de toda la cadena puede contribuir a obtener reducciones más visibles y rápidas de desperdicio alimentaria y también a reducir los costes añadidos que esto supone. 

Efectivamente, ningún consumidor quiere comprar alimentos para tirarlos ya sea en su casa o en un restaurante, ningún productor o fabricante invierte en materias primas que desecha y toda tienda de alimentación desea vender sus productos, en lugar de retirarlos. Todo ello deriva en importantes ineficiencias económicas y medioambientales, estas últimas en forma de recursos naturales y energéticos que se gastan. Un hecho que no tiene cabida en la Economía Circular.

En la distribución alimentaria llevamos casi una década trabajando para que no haya desperdicio alimentario, es una ejemplo claro de nuestra Responsabilidad Social Sostenible en su triple vertiente:  compromiso medioambiental y social y que, al mismo tiempo, tiene un fuerte componente económico. La manera de abordarlo es transversal y alcanza tanto a los responsables de compra y de logística, como a acciones con el resto de la cadena de valor alimentaria. La conversación con los proveedores destinada a ajustar al máximo la oferta a la demanda es fundamental en este caso; como también lo es poner a disposición de los consumidores los alimentos en los formatos que estos necesitan.  Las medidas preventivas se han extendido por todas las tiendas: el pedido ajustado, las ofertas al final del día o cuando el producto está cercano a su fecha de caducidad, han hecho posible que ya no se tenga miedo al lineal vacío cuando queda poco tiempo para cerrar la tienda.

Por supuesto, las Administraciones también pueden ayudar con una regulación flexible y bien orientada que recoja la voluntariedad de las acciones o en analizar ineficiencias cuando el alimento se convierte en residuo. Esto es importante para aplicar las soluciones que mejor se adapten a cada sector y a cada compañía.

Esto es así, por ejemplo, en el caso de las donaciones de alimentos como herramienta para prevenir el desperdicio alimentario. Según el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación en un reciente evento sobre este tema, 9 de cada 10 empresas donan alimentos a ONGs. Solo las compañías de ASEDAS alcanzan donaciones de más de 13.000 toneladas de alimentos al año, que se han visto sustancialmente incrementadas durante la pandemia. Esta acción aúna la lucha contra el desperdicio con el compromiso social de las empresas destinado, además, a organizaciones de proximidad.

Sin embargo, debemos ser realistas en el sentido de que un porcentaje de desperdicio es inevitable debido a posibles desajustes en la demanda o golpes o roturas durante la manipulación o el transporte. Dentro del concepto amplio de la economía circular en el que las compañías están trabajando, además de minimizar este desperdicio, lo más importante es revalorizarlo –por ejemplo, derivándolo hacia la alimentación animal o el compostaje- y, en los casos en que esto no sea posible, tratarlo adecuadamente para que, en ningún caso, termine contaminando la naturaleza.